Vivir un mundo distinto

 

El juego permite que nos acerquemos al mundo de un modo distinto a como lo hacemos en nuestra vida habitual, atribuyéndole otra significación. La fantasía facilita que todo sea posible. Tanto los juegos como la dimensión lúdica no se limitan a una sola etapa de la vida, permanecen en todas ellas. Albert J.J. Kriekemans, el reputado pedagogo belga, defendía que la salvación de la persona moderna pasa por la recuperación del niño o niña que hay en cada cual. El juego nos devuelve a la naturaleza humana universal, enseñándonos a ser seres humanos y hermanándonos en esa condición.

Esto me lleva a afirmar que el juego es, o puede ser, un ámbito de sentido para la persona en cualquier momento de la vida, aunque lo sea más especialmente durante la infancia. El juego es ocio en la medida que permite ser seleccionado, gustado y abandonado en cualquier momento, siempre que la motivación primaria esté alejada de la utilidad o los beneficios que reporta. El ocio de la infancia está marcado por dos elementos esenciales: voluntariedad y fantasía. Ambos son aspectos clave en el disfrute del ocio adulto. Johan Huizinga definió el juego como actividad libre, gustosa, inútil y repetible. La búsqueda de la utilidad nos aparta del mundo lúdico, ese que nos posibilita vivir un estado de ánimo de alegre exaltación, en el que se tiene consciencia de “ser de otro modo” distinto que nos separa de la rutina y la vida cotidiana.

Fotografía: Ildefonso Grande Esteban.

Texto: Manuel Cuenca Cabeza, Sentido del ocio a lo largo de la vida, Publicaciones de la Universidad de Deusto, Bilbao, 2023.

 

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