Sentido humano del ocio
Sentido humano del ocio
El ocio es un importante pilar de desarrollo en el siglo XXI; basta con pararse a pensar lo que significa hoy, económica y culturalmente. Sin embargo, no es el ocio como producto lo que nos interesa aquí, sino la experiencia humana de ocio. Esa que puede estar en todas partes y en todas las personas. Esa que está presente en juegos, prácticas deportivas o culturales, viajes, vacaciones y fines de semana llenos (o vacíos) de música, fiesta y un largo etc. Su ausencia se puede ver en el aburrimiento, en la falta de integración, de creatividad, de iniciativa… y, como consecuencia, en la tristeza, las borracheras, el sinsentido, la drogadicción… El ocio es una realidad en continuo cambio, que está sufriendo una metamorfosis antes de ocupar su hueco en la era del conocimiento.
El tercer milenio nos está cuestionando sobre nuestra forma de ser y vivir de un modo que tiene difícil parangón. Las nuevas tecnologías nos abren a otras concepciones de las cosas, nuevos usos y formas de estar en el mundo, que conducen a lo que pudiéramos llamar una nueva ciudadanía. El ocio es un elemento significativo de este cambio y un aspecto cada vez más importante de nuestra sociedad. La nueva realidad que nos rodea ha aumentado nuestras posibilidades de elección exponencialmente, de manera que la satisfacción no se consigue con tener más o gastar más, sino optando por aquello que nos haga sentirnos mejor con nosotros mismos y nuestro entorno.
En la era del conocimiento estamos aprendiendo a vivir en un contexto distinto que, aunque ya sea realidad diaria, no tiene precedentes en la historia de la humanidad. En este nuevo contexto debemos redefinir hábitos, usos de tiempo y espacio o, por qué no, la manera de entender el ocio.
Un nuevo modo de entender el ocio
El ocio que nos rodea es consecuencia de la era industrial, una realidad en continuo desarrollo. No solo ha aumentado en cantidad y nuevos usos, sino en posibilidad de acceso. Al inicio del siglo XXI se puede constatar la existencia de un ocio democrático y generalizado en la mayor parte de los países desarrollados o en vías de desarrollo. Su nacimiento y evolución, a lo largo de más de un siglo, ha supuesto el descubrimiento de modos de vida que han hecho posible la situación que conocemos. Desde mi punto de vista, lo más significativo de ese ocio radica en el cambio de mentalidad, en la diferente concepción de la vida y el mundo que nos rodea.
Alain Corbin ha escrito que «los especialistas de la historia natural saben hoy estudiar las instituciones, los objetos y las prácticas pero no se atreven a abordar los mecanismos afectivos cuyo conocimiento constituye el único medio capaz de dar un sentido a sus pacientes y fructíferas investigaciones». Algo así ocurre con el ocio. El ocio actual, en cuanto experiencia elegida y deseada, forma parte de la transformación de los deseos, de la manera en la que han ido emergiendo deseos personales y sociales que antes no existían, prácticas y hábitos de vida que, independientemente de las posibilidades, se abren camino en el tiempo histórico y se convierten en objeto de deseo de una comunidad determinada.
Pero ese nuevo mundo de deseos, muchas veces incitados desde fuera, no debiera hacernos olvidar el sentido humano del ocio. El ocio que debiéramos desear se hiciese realidad en nuestro entorno es un ocio humano, valioso y libre, capaz de realizar a las personas y dar sentido a sus vidas. Un ocio que apenas tiene que ver con el descanso o el premio al trabajo realizado, sino con la autorrealización y el derecho.
Autorrealización
El ocio libre, satisfactorio y no utilitario nos enlaza con la tradición clásica, actualizada y defendida por autores como Dumazedier, Pierre Laine o Erich Weber. También se relaciona con la defensa de un ocio liberador, en el sentido que lo defendieron Laín Entralgo o José Luis López Aranguren. Las personas somos los únicos sujetos y protagonistas de la libertad; pero el ocio es un campo específico en el que la necesidad de expresar esa libertad es posible y conveniente. En las prácticas de ocio ve Eliade el refugio de valores existenciales escondidos por la racionalidad del trabajo u otras formas de eficacia propias de la vida moderna. El ocio, en cuanto fuente de satisfacción, alegría y creatividad, nunca podrá ser algo impuesto, sino que, al contrario, necesita del ejercicio de la libertad. Esto permite que sea considerado fuente de autorrealización. Brightbill llegó a formular una sentencia que recoge con acierto esta idea: «Dime lo que eres cuando eres libre de realizar tus deseos y te diré qué clase de persona eres».
Derecho
El ocio es una experiencia irrenunciable a la que tienen derecho todos los seres humanos, independientemente de su raza, estatus, género, religión o habilidades. El derecho al ocio supone una defensa del ocio en sí mismo, es decir, del ocio considerado como fin, como experiencia vital diferenciada, no como medio para conseguir otras metas. El derecho al ocio forma parte de la categoría jurídica de los Derechos Humanos, del conjunto de atributo innato. Su origen no ha de buscarse en la ley humana, sino en la propia dignidad del individuo. Es un derecho que se hace realidad de manera directa, a través de prácticas, o de forma indirecta, reconociendo a los ciudadanos el derecho a la cultura, el deporte, el turismo, etc. Un reconocimiento que adquiere un sentido especial cuando se piensa en las personas desfavorecidas, con discapacitad o en riesgo de exclusión.
Y algo más
El ocio, entendido como experiencia con valor en sí misma, se diferencia de otras vivencias por su capacidad de sentido y su potencialidad para originar desarrollo personal. Por eso, la vivencia de ocio gana significación, importancia y calidad cuando se separa del mero «pasatiempo» y se incardina en nuestras vidas. Algo que, contrariamente a lo que pensamos, no ocurre de un modo espontáneo, sino que es posible gracias a la educación. La educación del ocio es un espacio inigualable de integración y desarrollo de valores positivos: solidaridad, alegría, visión lúdica de la vida y disfrute compartido. También una de las herramientas más valiosas para favorecer la formación integral de la persona mediante la adquisición de conductas positivas.
Todo eso se hace posible cuando la Educación del Ocio se orienta al desarrollo de conocimientos desinteresados, la revalorización de lo cotidiano y lo extraordinario, la vivencia creativa de tiempo y el ejercicio de la libertad y la participación. La Educación del Ocio es un proceso de formación continua a lo largo de toda la vida porque la vivencia de ocio es algo que debe evolucionar con nosotros mismos, con nuestras necesidades y capacidades. Su objetivo constante es aumentar nuestro potencial humano para vivir experiencias de ocio coherentes con la edad, el estilo de vida y otras múltiples circunstancias nos acompañan.
A propósito de “Sentido humano del ocio”
Cuenca Cabeza, M., 2001
http://www.misionjoven.org/Default_.asp, Nº: 294_295