Sobre el ocio de los jóvenes

Sobre el ocio de los jóvenes

La pasada primavera se hizo público el VIII Informe sobre “drogas y escuela” realizado por un equipo de investigadores del Instituto de Drogodependencias de la Universidad de Deusto (Bilbao). En él se afirma que, a partir de los 16 años, los “canutos” penetran de forma importante entre los jóvenes. Seis de cada 10 los han probado y más del 30% los consume con periodicidad mensual. A partir de ahí, según el mismo informe, el consumo de cannabis y otras drogas aumenta; aunque la novedad, respecto a informes anteriores, es que, gracias a la crisis y al uso de Internet, estamos en un proceso de recesión.

Aunque el estudio está lleno de matices e interesantes reflexiones, lo cierto es que lo que más ha interesado a la prensa local se resume en dos ideas: la primera es una llamada de atención ante la drogadicción que sigue presente entre los jóvenes y, a partir de los 16 años, con cifras alarmantes. La segunda pondera que el ligero descenso del consumo de drogas coincide con un aumento generalizado del uso de Internet y las redes sociales en una generación que el propio informe llama “liberafectiva”. De ambas informaciones podemos afirmar que son recientes, pero no novedosas, porque, de hecho, estamos acostumbrados a ver cómo los medios de comunicación se interesan por las adicciones de los jóvenes en cualquiera de sus modalidades. Una preocupación social a la que los medios están atentos.

La sociedad se preocupa del ocio de los jóvenes por múltiples razones, pero si analizamos a fondo la cuestión, veremos que es una preocupación peculiar y parcial, referenciada a no querer tener problemas. De no ser así, el ocio de los jóvenes sería un tema candente, no tanto por sus manifestaciones más nocivas sino por la carencia educativa en ese ámbito vital. La educación del ocio de los niños y jóvenes está abandonada al criterio, normalmente poco formado, de sus padres, siendo así que no es sólo una cuestión personal y familiar sino de un profundo calado social.

No vamos a comentar ahora cifras estadísticas referidas a las prácticas de ocio de los jóvenes, ni tampoco analizaremos usos del tiempo o las aficiones propias de la edad. Quisiéramos centrar el tema del ocio juvenil desde unos puntos de vista diferentes que pudieran sorprender en un primer momento, aunque lo que buscamos no es eso, sino encuadrar la cuestión en unas coordenadas más profundas de su propia realidad.

Comencemos recordando que el ocio menos conocido no es aquel que tiene en la diversión su primer referente, sino un ocio cuyo objetivo primordial es la persona, su mejora y desarrollo. Quienes formamos parte del Instituto de Estudios de Ocio de la Universidad de Deusto lo conocemos como ocio autotélico o, también, como ocio humanista. En ambos casos hemos tratado de esclarecer aquello que resultara más beneficioso para el desarrollo personal y social, que nunca perdimos como horizonte.

Más allá del conocimiento sociológico de las prácticas, nuestros estudios se han localizado en el conocimiento del desarrollo humano desde el ocio. Un desarrollo centrado en las personas y en lo que de verdad les importa. El estudio del ocio desde este punto de vista es lo que ahora llamamos “ocio valioso”, una denominación genérica que abordaremos aquí y a la que aludiremos de a lo largo del texto.

La relación entre ocio y desarrollo juvenil se hace patente al observarla desde tres ángulos diferentes: el ocio puede ser un resultado del desarrollo vital, una causa de desarrollo y/o el fundamento del ocio adulto. El primer planteamiento es fácilmente observable, pero los dos restantes son menos precisos y, tal vez por ello, tienen más opciones de interpretación y mayor riqueza. Que las prácticas de ocio nos acompañan y se transforman con nuestros cambios biológicos a lo largo de la vida es algo evidente y generalizable a otros aspectos: sentimientos, deseos, intereses, habilidades, relaciones sociales, etc. Existen etapas de desarrollo personal, en el curso del crecimiento mental, físico, social y emocional, desde las que podemos hablar de un ocio juvenil incipiente frente a un ocio juvenil más maduro, o de un ocio juvenil diferenciado del ocio de los adultos o las personas mayores.

El ocio de los jóvenes no es sólo un ocio resultado de su edad y su contexto social sino que está orientado por las experiencias y conocimientos anteriores y, a su vez, resultará determinante para sus hábitos de ocio en el futuro. Esto nos hace recordar que, aunque las capacidades básicas, a las que se refiere Martha C. Nussbaum, existan, sólo puedan ser capacidades combinadas en la medida que se  transforman en actitudes, intereses, conocimientos y destrezas adecuados a la edad y a los estados de madurez de las personas. El disfrute, propio de un ocio valioso, siempre está asociado a procesos de formación y mejora personal, que son la base de todo desarrollo humano.

 

https://recyt.fecyt.es/index.php/PSRI/article/view/38032/21485

 sips – pedagogia social. revista interuniversitaria [1139-1723 (2015) 25, 7-16]

 

 

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