Anciano de cuerpo pero no de espíritu

Ahora, cuando tanto se habla de una vejez activa y la soledad acompaña a tantas personas mayores, conviene recordar las enseñanzas de los clásicos. Estoy pensando, concretamente, en Cicerón y en uno de sus últimos libros, De Senectute, un tratado que se ha traducido al español como El arte de envejecer. Su autor lo escribió a los sesenta y dos años, uno antes de que lo mataran, y en él muestra las enseñanzas de Catón el Viejo, un vigoroso anciano de 84 años que dialoga con dos jóvenes admiradores suyos. Los jóvenes se asombran de la intensa actividad desplegada por el octogenario y él les transmite razones para aceptar la vejez como una etapa más de la vida, rica en dones y placeres distintos de los que se gozan en otras edades.

Catón considera que la razón de que la vejez sea ingrata no está en ella misma, sino que es consecuencia de las costumbres; porque aquellos que han sido moderados y poco exigentes, que han tenido una vida virtuosa y «bien llevada» no debieran tener quejas, ni mayores penas en la etapa de la vejez. “Las armas defensivas de la vejez son las artes y la puesta en práctica de las virtudes cultivadas a lo largo de la vida. Cuando has vivido mucho tiempo, se producen frutos maravillosos. La conciencia de haber vivido honradamente y el recuerdo de las muchas acciones buenas realizadas, resulta muy satisfactorio en el último momento de la vida” (Cicerón III, 9).

Frente al enaltecimiento del vigor y la fuerza, propias de la juventud, Catón recuerda que “las cosas grandes no se hacen con las fuerzas, la rapidez o la agilidad del cuerpo sino mediante el consejo, la autoridad y la opinión, cosas todas de las que la vejez, lejos de estar huérfana, es pródiga en abundancia” (Cicerón II, 4). La reflexión continúa reconociendo que, aunque es verdad que la memoria disminuye al envejecer, eso no siempre es así porque Sófocles, siendo anciano, convenció a los jueces declamando Edipo en Colona. Muchos ancianos también han sido capaces de renovarse y seguir aprendiendo hasta el final de sus días. Cicerón defiende que “la ancianidad es llevadera si se defiende a sí misma, si conserva su derecho, si no está sometida a nadie, si hasta su último momento el anciano es respetado entre los suyos” y añade: “Quien siga esta norma podrá ser anciano de cuerpo pero no de espíritu” (XI 38).

Dicho de otro modo, para Cicerón la lucha contra el envejecimiento es una tarea a largo plazo, asociada al resto de la vida y a las decisiones de las propias personas que envejecen. También al contexto y la práctica de actividades relacionadas con la mente, el conocimiento y la renovación continua. De ese modo se puede llegar a ser anciano de cuerpo pero no de espíritu.

Cuando se lee con detenimiento este tratado sobre la vejez y se van descubriendo los consejos generales del autor para conseguir su objetivo, el lector experimentado descubre con agrado que las acciones que se proponen se pueden calificar como Ocio Valioso. Pero eso lo comentaremos en otro momento.

 

Manuel Cuenca Cabeza: 13 de mayo de 2019

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